Ya hemos explicado otras veces que la historia de Ibiza se ha visto marcada por los ataques de los piratas turcos y berberiscos, e incluso a veces por piratas británicos. Esto significó que durante muchos años los habitantes de la isla tuvieron que quedarse de brazos cruzados viendo como los piratas saqueaban una y otra vez la isla, a pesar de las múltiples construcciones de vigilancia.
Cuando el rey Felipe II ordenó la construcción de diversas estructuras defensivas, como las torres costeras, los baluartes de las iglesias o la ciudad amurallada de Dalt Vila, se vió un claro decrecimiento en el número de asaltos a los pueblos costeros de la isla. Sin embargo había muchas goletas mercantes ibicencas que comerciaban a lo largo de las aguas mediterráneas, y estas cada vez sufrían más ataques piratas debido al aumento de las defensas de tierra firme. Los piratas turcos y argelinos empezaron a optar por capturar embarcaciones comerciantes salientes de la isla, que iban cargadas con mercaderías muy valiosas para la época, como sal, higos, aceite de oliva o almendras.
Después de muchos años de sufrir ataques indiscriminados por parte de piratas del norte de África, muchos empresarios ibicencos empezaron a contratar y financiar a los piratas de la propia isla de Ibiza, convirtiéndolos de este modo en corsarios: tenían plena libertad legal para atacar cualquier embarcación enemiga de la isla, incluso puertos, pero debían entregar una quinta parte del botín a la corona, o en este caso a los propios empresarios locales. Durante los siglos XVII, XVIII y XIX los corsarios pitiusos defendieron las embarcaciones mercantes que entraban y salían de la isla con una efectividad impresionante.
Los piratas que asaltaban el mediterráneo empezaron a temer a los corsarios ibicencos, que navegaban en pequeñas embarcaciones (jabeques), que les daban una ventaja en cuanto a velocidad en las aguas inigualable. Además arrojaban vasijas cargadas con pólvora inflamable a los barcos enemigos, que hacía que estos estallaran en llamas rápidamente, no sin antes haber asaltado la propia embarcación y haber saqueado todo su botín y haber capturado a algunos de sus tripulantes.
Después de años de haber sido atacados por piratas y haber sido capturados y subastados como esclavos en tierras africanas, los ibicencos empezaron a capturar piratas y a condenarlos a trabajar en los estanques de sal de la isla durante muchos años.
El corsario ibicenco más conocido fue Antonio Riquer Arabí, cuya mayor hazaña fue la captura del navío conocido como Felicity, que le superaba en tamaño y en potencia de fuego, cerca de la costa de Ibiza en el año 1806. Durante toda su carrera como capitán pirata, Riquer Arabí derrotó a más de cien navíos enemigos en aguas pitiusas y se ganó el favor y la admiración de los ibicencos, que terminaron por erigir un monumento en su honor y al de todos los corsarios que defendieron la isla durante los años más sanguinarios de la historia de Ibiza, un monumento que hoy en día es visitado por muchos turistas cada año.